martes, 21 de mayo de 2013

Juan Aurelio Fernández Meza | Ingenieros, gobierno y capital privado

Juan Aurelio Fernández Meza | Ingenieros, gobierno y capital privado*



Guillermo González Camara es aquel dedicado ingeniero que los orgullosos nacionalistas mexicanos presumen como quien inventó la televisión a color. En efecto, desde temprana edad se dedicó a la electróncia, llegando pronto a interesarse por la TV –proyecto de su carreta. A lo largo de ésta supo acercarse a quienes tenían las herramientas para desarrollar ese medio en el país, asociándose así en un momento con Gobernación, de donde sacaría excelentes resultados y favores, para después encontrar cabida en las grandes arcas de los capitales privados que poseían la mediática nacional, específicamente los Azcárraga.

El jueves 25 de marzo de 1948, Camarena declaró al Excélsior que “(…) la inversión en sus experimentos [había] sido incalculable  Se debe a don Emilio Azcárraga el apoyo económico recibido (…)”. Además, recordemos que la XEW había promocionado la exposición de la televisión ese día con anuncios en varios de los periódicos de la ciudad, por que lo que la asociación entre el ingeniero  y el empresario huelga ser subrayada.

Azcárraga Vidaurreta es el abuelo del linaje, hasta ahora integrado por tres Emilios, de la televisión mexicana. Su suegro fue quien se interesó, a partir de los estragos que la Revolución de 1919 causara a su Milmo National Bank of Laredo, por la incipiente industria radiofónica, en la cual Azcárraga Vidaurreta ingresaría hacia los años veinte, para posteriormente fundar la XEW y la XEQ.

La visión empresarial de la radio en esos años, dominada pro la corporación Azcárraga, es un eminente reflejo del lugar donde nace la televisión y la forma que ésta adquiriría a partir de su carácter comercial. La política estatal en la década de los cuarenta, y al menos hasta el término del sexenio alemanista, se caracterizó por el abandono de cualquier intento de control efectivo sobre la radiofonía, dándose un incremento en los apoyos económicos a la misma en su sector privado. Esto implicó que estos radiodifusores obtuviesen un importante espacio de intervención estatal, por lo menos en cuanto a medios se refiere. Paralelamente, las innovaciones en la tecnología mejoraron las condiciones de las empresas y sus ganancias subieron. Los marcos legales en materia de esa década fueron destinados a beneficiar a esas corporaciones.
Su intervención política llegó a tal profundidad que hubo un momento en el cual el gobierno terminó por subordinarse a ellos con tal de ser beneficiados con un poco de espacio radiofónico para poder anunciarse. La sociedad establecida entre las estaciones de Azcárraga y empresas estadounidenses, como la NBC y la CBS, permitieron que el empresario comenzara a incorporar en su emporio pequeñas radiodifusoras alrededor del país carentes de los beneficios brindados por las grandes trasnacionales en momentos de crisis posbélica. Sin embargo, la inicial dependencia de México a las compañías extranjeras se disolvería cuando el grupo Azcárraga consiguiera involucrar a las naciones latinoamericanas en sus lógicas político-comerciales.

El gran proyecto que revela no sólo la trascendencia de fronteras del poder de Azcárraga sino el discurso desde el cual se estructura la mediática en el país durante la segunda mitad del siglo XX es la Asociación Interamericana de Radiodifusión (AIR). Ésta comenzó a configurarse en 1944 durante los encuentros internacionales de empresarios de los medios, pero se consolido hasta 1946 con  el I Congreso Interamericano de Radiodifusores, celebrado en México bajo el auspicio de Ávila Camacho. Su intención era agrupar en la misma operacionalidad todas las emisoras latinoamericanas siguiendo el esquema de Estados Unidos, lo cual permitiría una mayor interacción internacional que facilitaría apoyos e intercambios benéficos para la mayoría, aunque en realidad mejor le iría a quien más produjese, en este caso México, sede del Cómite Permanente de la AIR. Sus pretensiones iban tan lejos que pensaban ser reconocidos por organismos internacionales de grandes influencias políticas, como la UNESCO, la ONU, la UIT y la Unión Panamericana (antecesora de la OEA).

El planteamiento central de la AIR, que, como se ha dicho, es en sí el discurso empresarial de los medios en esos años y la base de lo que le siguió, se ordena mediante un conjunto de conceptos empleados desde mucho tiempo atrás en la historia mexicana, y probablemente en el mundo, para validar prácticas específicas al interior de nuestras sociedades. Tres de esas categorías son democracia, libertad de expresión y cultura; los vemos entretejidos en las conocidas 12 Bases de la AIR, lista de puntos lograda en Buenos Aires en julio del 48, aunque elaborada en su esqueleto desde el Primer Congreso de octubre de 1946. “Según la AIR, la radiodifusión debía ser entendida como una ‘actividad privada´(…)”, cuyos interés se centraba en la solidificación de la democracia y la “elevación cultural” de los pueblos. El carácter de interés público y su indispensable libertad requerían, según la argumentación de los empresarios, de la no intervención estatal; el papel del gobierno habría de limitarse a evitar o sancionar la interferencia de las transmisiones –labor que le sería asignada al Poder Judicial-, comprobar casos de abuso de la libertad de expresión –mismos que no correrían a cargo de la emisora a menos que fuese personal permanente de ésta el que cometiera el exceso- y verificar la efectiva utilización de las frecuencias concesionadas. Además de estas restricciones, el Estado sólo debería utilizar estos canales en caso de informes oficiales, restablecimiento del orden durante emergencia o para dirigirse a la nación. De la misma forma, las concesiones de transmisión tenían que ser otorgadas por gobernación sin fecha de expiración y las empresas que de ellas se beneficiasen podrían gozar de la condonación de impuestos en la tenencia, importación y reparación de tecnología radiodifusora. Las emisoras que el Estado pudiese tener no serían facultadas con el derecho de transmitir anuncios comerciales que compitieran con las estaciones privadas.

A grandes rasgos, estas pautas modelan la política que los empresarios privados enarbolarían, tristemente aceptada por el gobierno mexicano. Con algunas excepciones y conflictos de por medio, fue una forma de operar a partir de la cual se consiguió agrandar el poder empresarial en el continente, beneficiando así al capital estadounidense –modelo de la estructura empresarial de los medios en nuestro país. Consecuentemente, la influencia de la radiodifusión europea, en particular la inglesa, fue combatida, pues sus formatos no correspondían a las ambiciones capitalistas de las empresas locales; incluso se llegó a estructurar desde la AIR un ataque frontal a la posible intervención de la British Broadcasting Company (BBC) en América, pues se trataba de una corporación que, aseguraba la AIR, fomentaba el monopolio estatal.
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*Juan Aurelio Fernández MezaJuan Aurelio Fernández Meza. "Fallas de origen". Historia del encuentro entre la sociedad y la televisión mexicana, 2010, Tesis para la licenciatura de Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México, p. 31 y ss.


foto: fernandeza

Fátima Fernández Christlieb | México 1983 | Panorama de los medios informativos al inicio de la reforma política


Fátima Fernández Christlieb | México  1983 |Panorama de los medios informativos al inicio de la reforma política*



Para 1977, cuando se anuncia la reforma política, la estructura general de los medios de difusión masiva no permite la expresión de las distintas corrientes ideológicas existentes en el país. Los únicos emisores de mensajes informativos se encuentran en la burocracia política o en los grupos empresariales. Resultaba contradictorio con este marco plantear la participación política de nuevos grupos sin la existencia de canales de expresión. De aquí que se anunciaran modificaciones en el ámbito de la difusión masiva que en el terreno de los medios escritos se facilitara el establecimiento de una cooperativa con las características de unomásuno.

Este nuevo diario, surgido en el mismo año en que se comienza a instrumentar la reforma política, cobra fuerza por tres razones: la primera, porque su director, periodista muy experimentado, demostró que un requerimiento para abrirse campo entre la decena de periódicos diarios editados en la capital, estribaba en romper con la uniformidad prevaleciente en la prensa nacional; esto lo logra primeramente modificando formato y distribución de noticias y estimulando una nueva generación de periodistas y cronistas al tiempo que prescinde en lo posible de los boletines oficiales. La segunda razón de la aceptación del público lector fue su vinculación con el antiguo Excélsior (cuyo espacio vino a cubrir), la inequívoca postura liberal y la solidaridad con los movimientos democráticos. Y la tercera razón por la que cobró fuerza fue la necesidad de contar con canales institucionales de expresión para la disidencia.

Al año siguiente de la aparición de este diario y como acto de gobierno que contradice los postulados del derecho a la información, se distribuye en las dependencias oficiales un documento titulado “Lineamientos de la Comunicación Social”, cuyo objetivo es exigir uniformidad en la información gubernamental.  Se alude a problemas de incoherencia y falta de sistematización, a la vez que se solicita la difusión de una imagen única de gobierno. Con ello se evidencia el desgaste de los mecanismos de control informativo y la carencia de interés en instrumentar el derecho a una información veraz.

El sexenio de López Portillo se inicia con marcadas perspectivas de cambio en cuanto a la radio y la televisión: el Plan Básico de Gobierno promete una revisión a fondo de la función social de la información con miras a garantizar la expresión de los distintos sectores de la sociedad; el artículo sexto de la Constitución, referente a la libertad de expresión, se modifica para que el Estado garantice el derecho a la información; la reforma administrativa anuncia el fin de la multiplicidad de organismos con duplicidad de funciones para centralizar en una sola secretaría lo relativo a los medios electrónicos; la Comisión Federal Electoral invita a los ciudadanos a opinar sobre el contenido de la ley que reglamentará el derecho a la información.

Con estos antecedentes parece anunciarse la instrumentación de un proyecto gubernamental tendiente a contrarrestar sustancialmente la programación mercantil y anticultural del capital financiero que monopoliza las concesiones de radio y televisión. Parecía que efectivamente los medios de difusión masiva estaban insertos en una reforma política que pugnaría por una pluralidad de emisores.

La oposición a este proyecto gubernamental, tanto por parte de un sector retardatario de la misma burocracia política como de los empresarios de los medios informativos, detiene las reformas anunciadas.
En lugar del proyecto delineado en los documentos mencionados, el Estado comienza a desarrollar una política de difusión masiva caótica y contradictoria, que manifiesta la división existente dentro del grupo gobernante.

En los primeros tres años del sexenio 1979-1982 es notorio que no hay consenso sobre la directriz que debe seguir la televisión estatal:  en este lapso el canal 13 cambia de dirección en cinco ocasiones.

Tampoco hay definición en lo relacionado con la política general de difusión masiva, prueba de ello es que la reforma administrativa se realiza sólo en el papel: tras centralizarse lo relativo a medios masivos en la Secretaría encargada de la política interna –y  no en la de Educación Pública si los medios fuesen considerados como de educación informal y no como medios de control político- se vuelve a dar vida a los organismos que antiguamente tenían ingerencia en los medios. En un principio se le otorga a la Secretaría de Programación y Presupuesto el papel  de cabeza de estas dependencias y organismos, a través del Consejo Nacional de Comunicación Social. Posteriormente, para fines de 1978, será la Secretaría de Gobernación la que convoque a reuniones para definir e instrumentar la política informativa del régimen.

En contraposición al caos informativo que reina dentro del gobierno, se levanta más definida y sólida que nunca la política informativa del capital monopólico internacional. Con una definición de objetivos y una organización cada vez más precias continúa diseñando las pautas culturales e informativas que son difundidas no sólo a lo largo y a lo ancho del territorio nacional sino entre los grupos de habla hispana residentes en los Estados Unidos.

Ante la situación que priva en los medios de difusión masiva, la oposición ha guardado silencio. Parte de la izquierda emite, esporádicamente, críticas apocalípticas sin aporte alguno.
ALTERNTIVA  ESTATAL ANTE LA PRESIÓN EMPRESARIAL
La historia de la radiodifusión mexicana es la historia del arraigo del capital monopólico en los vehículos ideológicos más importantes de la sociedad de masas. Reformar este rumbo histórico con miras a modernizar el actual sistema político fue el objetivo de la fracción progresiva que propuso modificar el artículo sexto constitucional.

El proyecto de dicha fracción se delineó con claridad en el Plan Básico de Gobierno 1976-1982 y se comenzó a instrumentar al garantizar en la Constitución el derecho a la información. El siguiente paso es la elaboración de una ley que lo reglamente.  Sus lineamientos generales fueron expuestos por el secretario de Gobernación y coinciden con el Plan Básico. Para su enriquecimiento, se convocó a la ciudadanía para que públicamente expresara sus  opiniones ante la Comisión Federal Electoral.

La oposición a este proceso ya iniciado se manifestó en la prensa de derecha y en la televisión privada durante las primeras semanas de 1979. A ello siguió una nueva presión empresarial similar a las que se dieron en 1960, en 1969 y en 1973, casos que mencionamos en su oportunidad. La actual presión ha detenido el avance de las reformas que comenzaron con la modificación constitucional.  Los medios de difusión masiva son un escenario más que corrobora la abierta actuación del capital monopólico internacional en nuestro país.

La fracción gubernamental que elaboró el proyecto tendiente a que el Estado mexicano asumiera un papel rector en los medios informativos, recreativos y educacionales, no sólo busca el control de éstos por ser portadores de pautas culturales sino porque los medios de difusión masiva resultan hoy indispensables para el ejercicio del poder político y para le legitimación social de todo Estado.

Si bien es ésta la finalidad que los ideólogos de la reforma política buscan para los medios de difusión, no son de ninguna manera despreciables las propuestas para la política informativa nacional contenidas en el Plan Básico de Gobierno, en el sentido de respetar el pluralismo ideológico, dándole canales de expresión a partidos políticos, sindicatos, asociaciones de científicos,  profesionales, artistas y agrupaciones sociales.

De instrumentarse esta propuesta, la clase obrera tendría acceso permanente  a la radio y la televisión, para configurar sus propios mensajes transmitiéndolos a través de los canales y tiempos gubernamentales. Esto, es el marco del monopolio informativo, sería una avance considerable, pues abriría fisuras en el mensaje de la clase dominante que en estos momentos de difunde como mensaje único.

Podríamos plantear numerosas proposiciones para democratizar los medios de difusión masiva, pero en estos momentos en que se está quedando desplazado un proyecto gubernamental que facilita la expresión de todos los sectores sociales, lo menos que puede proponérsele a un  Estado que se precie de ser aún el depositario del poder político es que instrumente su propio  Plan de Gobierno.

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*Fátima Fernández Christlieb, “Panorama de los medios informativos al inicio de la Reforma política” en México, hoy, Pablo González Casanova y Enrique Florescano (coords.), Siglo XXI, México, 1983, p. 343-347.

lunes, 20 de mayo de 2013

Jürgen Habermas | La técnica de los aparatos de la vida cotidiana

Jürgen Habermas | La técnica de los aparatos de la vida cotidiana*



Deutsch: Jürgen Habermas spricht zur Krise der...
 Jürgen Habermas  (Photo credit: Wikipedia)


Una filosofía que no trata ya de pasar a través del mundo de la vida y de la ciencia para hallar fundamentos últimos o aconteceres originarios, no tiene más remedio que estar en contacto con las ciencias: antes de criticar a las ciencias tiene que aprender de ellas. Mientras tanto, las ciencias sociales han hecho también suya a su manera la temática del mundo de la vida. De modo que un acceso directo a esa «tecnificación» del mundo de la vida, de la que partió la crítica de la ciencia que hizo Husserl, se ha vuelto más difícil para la filosofía. Recurriendo a los ejemplos que representa nuestro trato con aparatos técnicos en la vida cotidiana y con los riesgos que comporta la gran tecnología, trataré por lo menos de ilustrar la aportación que dentro de las propias ciencias sociales se ha hecho a esa temática, aportación que el filósofo debe tener en cuenta.

En la vida cotidiana nos encontramos con productos de la ciencia y de la técnica primariamente en la forma manual y familiar de electrodomésticos y de otros instrumentos similares, de aparatos de radio y televisión, de pequeñas calculadoras, etc. Además, la luz eléctrica, la calefacción y los automóviles nos hacen recordar que a través de nuestra vivienda, de los artículos de consumo y de las actividades de tiempo libre estamos ligados a redes de alta tecnología y a las correspondientes planas mayores de servicio técnico, es decir, que estamos ligados a una infraestructura tecnológica que escapa a nuestro alcance. En estos ámbitos de experiencia una racionalidad encarnada en esos propios aparatos técnicos choca con la lógica específica de los mundos de la vida simbólicamente estructurados. Pero las instrucciones para conectar el aparato y para usarlo, que vienen preprogramadas por la estructura de ese mismo aparato, en modo alguno intervienen sin mediaciones en las estructuras de expectativas y en las rutinas de acción de la vida cotidiana.

Esas coerciones formales de la técnica vienen mediadas principalmente por los medios que son el dinero y el poder, es decir, primero por los mercados, que a través de la oferta y la demanda regulan el diseño, fabricación y difusión del producto, así como por la actividad organizativa de un Estado que posibilita la utilización de esos aparatos asegurando las correspondientes infraestructuras técnicas y gobernándolas mediante una densa red de disposiciones jurídicas. Desde un punto de vista sociológico la tecnificación de la vida cotidiana se presenta como una variable en el juego entre las exigencias funcionales del sistema económico y del sistema administrativo, por un lado, y las pretensiones del mundo de la vida orientadas por valores de uso, por otro. La crítica filosófica de la técnica, que se pone de inmediato a hablar de la razón instrumental o de una subjetividad que se somete a absoluto control tecnológico a sí misma, pasa por alto la lógica sistémica de las mediaciones sociales de la técnica.

Una imagen más matizada resulta también en lo tocante a la cuestión central de si la tecnificación de la vida cotidiana hay que entenderla más bien como una intervención desintegradora, es decir, como colonización, o más bien como un proceso de alivio y descarga, es decir, de apropiación asumida con voluntad y conciencia y también creativa. Estas tendencias contrapuestas se entrecruzan. En unos casos se abren espacios para un empleo autoconsciente de la técnica, de suerte que estilos de vida previamente acuñados pueden afirmarse contra las coerciones que en lo que respecta a la acción ejercen los aparatos y dispositivos técnicos. En muchos casos, después quizá de pasar una generación, se produce una habitualización del manejo y de los estilos de trato prescritos por las reglas técnicas; Max Weber hablaba de «tradicionalización secundaria» precisamente en relación con esos complejos técnicos que en la vida cotidiana no entendemos en su estructura, pero con los que acabamos familiarizándonos. En otros casos, en cambio, esa evolución técnica mediada sistémicamente genera una coerción o violencia objetivas en las que efectivamente fracasan la fuerza interpretativa y el poder de definición del mundo de la vida.

Entonces «los actores carecen ya de posibilidades para orientar conforme a sus propios modelos culturales los procesos sistémicos de tecnificación. A mediados del siglo xix, por ejemplo, los ferrocarriles y los palacios de cristal destinados a exposiciones revolucionaron las experiencias que del espacio y el tiempo tenían los contemporáneos. De forma distinta, el trato con los ordenadores podría hoy intervenir en la gramática profunda del trasfondo que representa el mundo de la vida e inducir cambios en las formas paradigmáticas de ver e incluso en los modelos de interpretación del mundo.

Quizá esta visión de la técnica, restringida a la vida cotidiana, se atiene todavía demasiado a lo concreto. Más abstractas son las consecuencias de la tecnología atómica y de la tecnología genética, y de la sobrecarga que las nuevas tecnologías inducen en los equilibrios de una naturaleza explotada industrialmente. «Abstractos» son estos peligros tecnológicos en sentido lato, porque en muchos casos escapan a la percepción cotidiana, sólo resultan aprehensibles mediante teorías e instrumentos de medida y nos enteramos de ellos mediante controversias públicas. Ulrich Beck ha hecho un impresionante análisis de este tipo de riesgos generados por la conjunción de ciencia y técnica, externalizados por el sistema económico y que el sistema político trata como puede de minimizar e incluso de presentar como inofensivos. Se trata de riesgos de una magnitud que no es calculable, es decir, que no es susceptible de aseguramiento alguno; la responsabilidad de ello no puede atribuirse conforme a las reglas usuales a causas singulares o a causadores o a agentes perfectamente identificables; no resultan bien delimitables o definibles en términos locales, temporales y sociales. Y como pudo barruntarse y observarse tras la catástrofe de Chernobil, tales peligros provocan más bien miedos vagos e inespecíficos que temores concretos. A causa de su carácter global e inahaprensible estos riesgos atacan a autoevidencias que se nos habían convertido en carne y sangre nuestra a través de los parámetros de nuestro entorno natural; quiebran, por así decir, seguridades que venían funcionando desde siempre de forma inconsciente.

Pero con esa idea de autonomización que Husserl toma de la filosofía del sujeto, es decir, con esa idea conforme a la que la ciencia y la técnica se habrían disociado del fundamento de sentido que para ellas representaría el mundo de la vida, tampoco se ha ganado a su vez mucho para entender esa situación. La filosofía, operando con una visión tan desarmada, en muy poco puede contribuir a clarificar esos mecanismos sistémicos de la economía y la administración que son los que regulan las intervenciones de la alta tecnología en las bases naturales de nuestra vida, y sobre los que podemos influir políticamente siquiera sea de forma indirecta.
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*Jurgen Habermas, Textos y contextos, trad. Manuel Jiménez Arredondo, Ariel, Barcelona 1996, p. 68-70.



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